jueves, 8 de agosto de 2013

¿Está preparado el profesorado para desarrollar la inteligencia emocional en sus alumnos a través de actividades específicas?

Educar en emociones
Las tendencias pedagógicas actuales han puesto su atención en la llamada educación afectiva, una estrategia al servicio del docente para mejorar el clima de aprendizaje en el aula mediante el autoconocimiento y uso correcto de emociones y sentimientos.
Tradicionalmente la enseñanza universitaria se ha caracterizado por ofrecer una gran cantidad de información conceptual, dejando de lado factores tan importantes como los afectivos que, sin duda, influyen notablemente en la atmósfera de clase o en el “estilo de enseñar” (De Moya, 2009).
Dada la importancia de los estados afectivos se debe desarrollar la inteligencia emocional para favorecer nuevos aprendizajes (Goleman, 1996). En los últimos años, se ha acentuado el interés por conocer cómo influyen la afectividad y las emociones en la educación. Docentes y responsables de la administración educativa están comprendiendo la importancia que tiene la orientación correcta de las emociones para lograr el desarrollo integral del alumnado,  así como para su propio quehacer diario, por lo que reclaman la necesidad de promover no sólo la mejora de los resultados académicos sino también el fomento de las competencias sociales y emocionales (Elias et al., 1997).
En el desarrollo de la inteligencia emocional se amoldan tres ejes fundamentales de la tarea educativa: SABER (plano cognitivo), HACER (campo psicomotor), SER (ámbito actitudinal), gracias a actividades que fomente la autoestima, la empatía o la expresión de sentimientos.
Cada persona afronta la realidad y los retos de la vida de forma diferente según unas conductas aprendidas. Dentro de este conjunto de aprendizajes se encuentran las expresiones de sentimientos y emociones que con frecuencia están influenciados por condicionantes sociales y culturales. El alumnado recibe refuerzos sociales en los contextos educativos donde se desenvuelve y de todo su entorno. El maestro participa en estos procesos como mediador emocional, siendo el referente a seguir puesto que su impronta ayuda al alumno a crear un universo de valores, normas y sentimientos.

Según Goleman (1996) es fundamental conectar las emociones con uno mismo, saber qué es lo que una persona siente y tener un auto concepto positivo y objetivo al igual que de los demás. Entiende la inteligencia emocional como un conjunto de habilidades que sirven para expresar y controlar los sentimientos de la manera más adecuada en el terreno personal y social, incluyendo un buen manejo de los sentimientos, de la motivación, de la perseverancia, de la empatía y de la agilidad mental. Básicamente, la inteligencia emocional es un rasgo humano cuyo fin último es lograr la capacidad de interactuar con el mundo de forma receptiva y adecuada, para obtener una óptima adaptación social.
Desde el punto de vista pedagógico, potenciar la inteligencia emocional contribuye a que el alumno desarrolle un grado de autoestima y aprenda a valorar sus puntos fuertes y a tratar de mejorar aquellos desprovistos. Además, se logra una visión positiva de la vida, que le ayude a desenvolverse en una sociedad cada vez más compleja y diversa.
En esta situación, la empatía se alza como un valor central en el desarrollo de la inteligencia emocional puesto que entender los sentimientos de los otros permite reconocer los propios.
El trabajo de la inteligencia emocional pretende despertar la motivación, la ilusión y el interés para ayudar al alumno a que, en situaciones desfavorables, ponga en marcha una serie de mecanismos alternativos que ha aprendido (Reeve, 1994). Quererse a uno mismo, ser más generoso con los demás, aceptar los fracasos, seguir aprendiendo y mejorando las actitudes día a día, aprender a ser competentes emocionalmente, es lo que en definitiva lleva a las personas a ser más felices.

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